Santa Lucía y San Lázaro




En el patio, el posadero y su mujer cantaban un dúo de espino y violeta. Sus voces oscuras, como dos topos huidos, tropezaban con las paredes sin encontrar la cuadrada salida del cielo.

Antes de salir a la calle para dar mi primer paseo los fui a saludar.
 ¿Por qué dijo usted anoche que una muchacha puede ser morena o rubia, pero no debe ser ciega?
El posadero y su mujer se miraron de una manera extraña.
Se miraron... equivocándose. Como el niño que se lleva a los ojos la cuchara llena de sopita. Después rompieron a llorar. 
Yo no supe qué decir y me fui apresuradamente.
En la puerta leí este letrero. "Posada de Santa Lucía".
 Santa Lucía fue una hermosa doncella de Siracusa.
La pintan con dos magníficos ojos de buey en una bandeja.
Sufrió martirio bajo el cónsul Pascasiano, que tenía los bigotes de plata y aullaba como un mastín.
Como todos los santos, planteó y resolvió teoremas deliciosos, ante los que rompen sus cristales los aparatos de Física.
Ella demostró en la plaza pública, ante el asombro del pueblo, que mil hombres y cincuenta pares de bueyes no pueden con la palomilla luminosa del Espíritu Santo. Su cuerpo, su cuerpazo, se puso de plomo comprimido. Nuestro Señor, seguramente, estaba sentado con cetro y corona sobre su cintura.
Santa Lucía fue moza alta, de seno breve y cadera opulenta. Como todas las mujeres bravías, tuvo ojos demasiado grandes, hombrunos, con una desagradable luz oscura. Expiró en un lecho de llamas.
Fragmento de 
Santa Lucía y San Lázaro
(Narraciones)
Federico García Lorca
(1898-1936)

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